domingo, 19 de noviembre de 2006

LA OTRA CIUDAD


 

    Me hallaba yo deambulando por los pasillos de cierto ministerio por razones que ahora no vienen a cuento, cuando KarKomA me atrapó sin darme tiempo a reaccionar. Sólo capté el cambio de las paredes, que eran de yeso pintado de ocre pastel, y que mutaron a mármol con incrustaciones de alabastro. Antes de poder hacerme la idea de tal transformación, una algarabía de voces retumbó a mis espaldas. Me giré y vi un tropel de ciudadanos, muchos de los cuales conocía de vista, corriendo hacia mí. Paré a uno de ellos y le pregunté el motivo de tanto alboroto. Haciéndome señas me invitó a seguirle, cosa que hice.
    Cuando alcanzamos una de las amplias terrazas noté un zumbido grabe y cada vez más intenso. Miré hacia donde se me antojó que procedía, hacia el cielo. Mi maxilar inferior calló fláccido de la sorpresa. Sobre nuestras cabezas se vislumbraba un peñasco de proporciones titánicas. Se acercaba aminorando su velocidad con la intención patente de situarse sobre nosotros. He de decir que nos hallábamos en el Palacio de los Silencios, un edificio digno de cualquier rey y vacío al carecer KarKomA de monarca, situado en el centro de la ciudad. Lo más fabuloso lo constituía la edificación que coronaba la gran roca. Un palacete construido con piedra caliza y rojiza. De grandes almenas coronadas con bóvedas de cobre bruñido que centelleaban contra el cielo azul. La estampa me recordó al Taj Majal de nuestro mundo, solo que ensangrentado por yo qué sé que desgracia.
Entre nosotros también se hallaba Nestor, el posadero, que me ilustró sobre tal creación. Esto me contó:
    Era la Ciudad En las Nubes. En ella se traían los suministros para que KarKomA se mantuviese abastecida. Navegaba por otras corrientes diferentes haciendo incursiones en las zonas de la memoria colectiva. Allí recogía los diferentes artículos que almacenaba. Cada vez que alguien olvidaba donde había dejado algo o perdía un recuerdo de algún objeto que había visto alguna vez, se debía a que La Ciudad lo había incorporado a sus despensas.
    Al igual que todos pasé el resto del día descargando paquetes de mercancías. Desde los más normales, cerveza, vino, pan, viandas variadas a las más exóticas, oro, especias, las plateadas piedras de G´nar y otras muchas. La jornada acabó en la posada, como siempre, bebiendo mientras escuchaba relatos de otros viajeros. Mirando por la ventana, incapaz de contenerme, como los rayos del sol poniente rompían en las bóvedas cobrizas de la Ciudad En Las Nubes.

Nefando


No hay comentarios: